De cómo Francisco envió al mundo a los primeros Hermanos
Un día Francisco llegó con sus primeros siete Hermanos a Poggio Bustone en el valle de Rieti. Al ver la amplia llanura le sobrevino la seguridad: estamos enviados a todo el mundo. Por ello les convocó y les habló sobre el Reino de Dios y sobre la vocación a la que todos están llamados a vivir. Entonces dividió a los Hermanos en cuatro grupos de dos respectivamente, diciéndoles: «Marchen, queridos, de dos en dos por las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la paz. Y permanezcan pacientes en la tribulación, seguros, porque el Señor cumplirá su designio y su promesa. A los que les pregunten, respondan con humildad; bendigan a los que les persigan; den gracias a los que les injurien y calumnien». (ver 1 C 29s.).
Esta narración nos muestra que Francisco, tanto en la historia de su vocación como en su comprensión de la misión, se basó en su certeza interior. La tarea de los Hermanos es anunciar la paz, esto es, el Reino de Dios. Ellos son enviados a los cuatro puntos cardinales, a todas partes. No reparó en la idea de solicitar para ello un envío especial. “Dios mismo me lo reveló“. Solicitó la confirmación de su certeza interior sin hacerse dependiente de las costumbres eclesiales de la época.
A nosotros, Hermanas y Hermanos nos cuesta mucho confiar en esa voz interior: „Dios mismo nos lo ha revelado”. Todo está regulado. Para todo hay prescripciones claras: para la pastoral, la misión ad Gentes, servicios sociales, formación y delegaciones. La red de normas y leyes es tan estrecha que casi no permite cabida a la acción del Espíritu Santo. Si optamos por el camino seguro, nos ajustamos al camino señalado. ¡Nos haría realmente mucho bien un poco más de osadía franciscana!
Por otro lado, aventajamos a Francisco que no tenemos que asumir nuestra vocación tan inocentemente como él. Sabemos sobre la complejidad del mundo y sus problemas. Actualmente vivimos en una „aldea global“, donde lo que sucede en alguna parte es publicado mundialmente. Esto provoca temores que nos hacen encerrarnos en nuestro mundo de seguridades. Por ello es muy importante hoy en día compartir nuestras experiencias locales con los demás en la búsqueda de acciones globales. De lo contrario no se experimentará el anuncio liberador del Reino de Dios. Las preocupaciones sobre los propios problemas no nos deben hacer sordos ni ciegos frente a los desafíos globales.
Es necesario reaprender la apertura inocente de Francisco y Clara y dejarnos guiar por ella. “Dios mismo me lo reveló“: esto puede darse también hoy en día y nos puede impulsar a abrir nuevas brechas y encontrar respuestas. No debemos imitar a Francisco y Clara sino reescribir hoy su historia. Si queremos saber a qué nos envía Dios hoy debemos reconocer sobre todo “los signos de los tiempos” y darles respuesta a la manera de Francisco y Clara.
Así como Francisco descubrió su vocación en el encuentro con el leproso, así debemos solidarizarnos con los excluidos de nuestro tiempo y releer el Evangelio bajo la perspectiva de los pobres y reprimidos. Esto es, revitalizar la opción franciscana por los pobres.
Francisco cambió de lugar social, del centro a la periferia de la ciudad de Asís. Así debemos hacer nuestra la causa de los pobres en el mundo y mantenerla presente en la iglesia y en la sociedad. Esto es, redescubrir nuestra vocación profética.
Así como Francisco cantó la unidad fraternal de todas las creaturas en su Cántico y nos exhortó a no considerarnos señores de la Creación sino creaturas en ella, así debemos asumir la conservación de la Creación de Dios como un tema preferencial. Esto es, redescubrir la espiritualidad franciscana de la Creación.
Francisco con su intuición por las necesidades de su tiempo hace 800 años inició un movimiento que cambió la Iglesia. Después de 800 años debemos revitalizar este movimiento que ayude a la Iglesia a devolverle al mundo nuevamente la confianza en un Dios humano.
Por otro lado, aventajamos a Francisco que no tenemos que asumir nuestra vocación tan inocentemente como él. Sabemos sobre la complejidad del mundo y sus problemas. Actualmente vivimos en una „aldea global“, donde lo que sucede en alguna parte es publicado mundialmente. Esto provoca temores que nos hacen encerrarnos en nuestro mundo de seguridades. Por ello es muy importante hoy en día compartir nuestras experiencias locales con los demás en la búsqueda de acciones globales. De lo contrario no se experimentará el anuncio liberador del Reino de Dios. Las preocupaciones sobre los propios problemas no nos deben hacer sordos ni ciegos frente a los desafíos globales.
Es necesario reaprender la apertura inocente de Francisco y Clara y dejarnos guiar por ella. “Dios mismo me lo reveló“: esto puede darse también hoy en día y nos puede impulsar a abrir nuevas brechas y encontrar respuestas. No debemos imitar a Francisco y Clara sino reescribir hoy su historia. Si queremos saber a qué nos envía Dios hoy debemos reconocer sobre todo “los signos de los tiempos” y darles respuesta a la manera de Francisco y Clara.
Así como Francisco descubrió su vocación en el encuentro con el leproso, así debemos solidarizarnos con los excluidos de nuestro tiempo y releer el Evangelio bajo la perspectiva de los pobres y reprimidos. Esto es, revitalizar la opción franciscana por los pobres.
Francisco cambió de lugar social, del centro a la periferia de la ciudad de Asís. Así debemos hacer nuestra la causa de los pobres en el mundo y mantenerla presente en la iglesia y en la sociedad. Esto es, redescubrir nuestra vocación profética.
Así como Francisco cantó la unidad fraternal de todas las creaturas en su Cántico y nos exhortó a no considerarnos señores de la Creación sino creaturas en ella, así debemos asumir la conservación de la Creación de Dios como un tema preferencial. Esto es, redescubrir la espiritualidad franciscana de la Creación.
Francisco con su intuición por las necesidades de su tiempo hace 800 años inició un movimiento que cambió la Iglesia. Después de 800 años debemos revitalizar este movimiento que ayude a la Iglesia a devolverle al mundo nuevamente la confianza en un Dios humano.
Andreas Müller OFM
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