Juan 21

Los acontecimientos se habían sucedido con tal precipitación, que el pobre Pedro no había tenido ni siquiera la oportunidad de estribar.
Lo de la cena fue como un sueño. No entendió nada. Quizá, incluso, la pena y el calor del asador, lo habían llevado esa noche a algún trago más.
En el jardín los sucesos lo sorprendieron sin darle tiempo a despertarse del todo. Y luego los acontecimientos se habían derrumbado sobre él como una pesadilla. Cada vez que quiso afirmarse, fue para caer en un resbalón peor: el hachazo sin rumbo, y el reto directo; el desconcierto y la huida; el seguimiento a escondidas y la imprudencia en entrar, la pregunta inesperada y la respuesta evasiva; y finalmente el interrogatorio sin escapatorias del cual zafó con el juramento en falso.
Todo esto, reiterado. Hasta que el gallo (lo insignificante de la vida ordinaria puede despertar la conciencia de la historia) le refrescó la memoria, como si de pronto, le amaneciera dentro del corazón. Vino entonces la mirada de Jesús y la respuesta de un largo llanto.
Casi sin tiempos intermedios ocurrieron la condena de Jesús, su muerte y la sepultura. Todo ello vivido desde la impotencia de un espectador más, teniendo encima el remordimiento de una traición para lo que no había podido encontrar ocasión de disculparse. y luego de la sepultura, como si todo aquello no quisiera acabar, estuvo el miedo a los judíos, siempre en guardia contra los galileos exaltados.
¿Qué tenia que ver todo aquello con su amor por el Maestro? Es que acaso, toda esa serie de gestos sorpresivos y semi-inconscientes: ¿podrían anular los tres años de seguimiento incondicional? El Señor ¿podría realmente creer que él lo había seguido sin convicción, y lo había traicionado por desafecto?
Luego vino la Resurrección. Ningún gesto especial para él. La preferencia fue para la Magdalena. Y eso que él había salido corriendo con su amigo para cerciorarse de lo sucedido.
Sólo el sepulcro vacío y la ropa doblada. Quizás sintiera envidia de Cleofás y de su compañero. Esa hubiera sido una buena oportunidad para dar explicaciones. Seguramente el sí, lo hubiera reconocido. Aunque ya estaba medio escarmentado y no quería hacer más comparaciones con los otros.
Luego nada. El regreso a Galilea y el reinicio de la vida normal. Y ahora una noche vacía de pesca, como tantas veces en otros tiempos. ¿Sería simplemente el vacío la respuesta a su ansia de oportunidad?.
Un forastero en la orilla. Una pregunta enigmática y con tono amigo de confianza. Una orden absurda y misteriosa. Y un resultado desproporcionado.
Toda esta escena tenía detrás demasiadas reminiscencias como para no alertar el alma de Pedro, con todo su mundo interior tensionado, mientras confundido luchaba con una red llena hasta romperse.
En ese momento se le acerca el amigo, confidente de todos los últimos sucesos. El de las señas sobreentendidas y de las preguntas en voz baja. Un joven en quien ¡a experiencia aún no había asesinado la esperanza. El que vio y creyó. El que llegó antes, pero respetó precedencias. Este discípulo se le acercó a Pedro y le susurró su descubrimiento:
- ¡Es el Señor!
El anuncio lo agarró a Pedro sin defensas, pero no sin disponibilidad. Manoteó la ropa y se largó al agua. - ¡Ahora o nunca! se dijo -. Quería tener la oportunidad de asegurar su amor al Señor. O quizá, la certeza de que el Señor no le había retirado su confianza.
Y nuevamente se encontró con una serie de gestos comunitarios, sin ninguna particularidad para él. El desayuno y el recuento de los peces. Y una pregunta que estaba en los labios de todos, pero que nadie ya se atrevió a hacer:
- ¿Vos, quién sos? - Porque sabían que era el Señor, sobre todo al verle realizar el gesto inconfundible de partir el pan y compartirlo.
Y, finalmente solos. Pedro no puede dirigir el diálogo. Tiene que responder a un examen y aceptar un encargo.
La elección de Dios no es un camino que uno elige. Es un misterio al que se responde. Pero un misterio de amor al que sólo se puede responder con el amor, que incluso hace superar el propio pecado y que encierra un servicio concreto.
Y al final vendrá la muerte, que tampoco será algo elegido. Será el final lógico de un proyecto vivido según Dios.
Del resto se encargará EL Pero eso ya pertenece a la fe. lo sabemos, pero es imposible conocerlo. Todo lo que imaginemos será una simple manera de alimentar el mientras tanto. Dios no se dedica a satisfecer nuestra curiosidad. Nos toma demasiado en serio. A El le interesa nuestra plenitud, no un simple retazo de nuestra imaginación.
- Si Yo quiero que las cosas sean así: ¿A vos que?
Vos seguíme...

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